Hoy la naturaleza mostró su peor cara; su tan temido lado oscuro; su rostro Yin. Y en el tiempo que puede durar un chasquido de dedos, así sin más, descargó implacable su ira, arrasándolo todo a su paso, dejando a la humanidad desnuda, convertida en nada.
Yin y Yang, según la filosofía oriental, constituyen la dualidad de todo lo que existe en el universo; son las dos fuerzas opuestas y complementarias que se encuentran en todas las cosas; identificándose el Yin con la oscuridad y el Yang con la luz.
Hoy el universo de cientos de japoneses se volvió completamente Yin: “Más de mil muertos”, “Habría hasta 100 mil desaparecidos”, “Emergencia radiactiva: El nivel de radiación se elevó ocho veces por encima de lo normal cerca de la planta nuclear de Fukushima Daiichi.”, “Se trata de la peor tragedia en Japón en los últimos 140 años”
Esta catástrofe natural descomunal derrumbó todo lo sólido, lo hizo añicos y lo desvaneció en el aire. Y frente a una manifestación de fuerza de tal magnitud, nuestras certezas se ahogan, sumergiéndonos en las profundidades de lo más temido: la incertidumbre.
Ante semejante golpe mortal, nuestra humanidad queda impotente y a la deriva. Tras un chasquido de dedos no queda nada de que agarrarse.
Yin y Yang; todo y nada. Nuestro mundo habitualmente se balancea entre estos opuestos. Y este vaivén pendular cotidianamente se oculta bajo la fantasía de que todo lo podemos controlar, todo lo podemos medir, todo lo podemos preveer… que todo lo podemos. Pero cuando la naturaleza despliega toda su potencia, recién ahí comprendemos que en realidad no podemos nada.
Lo único que nos queda es pensar que en el lado Yin existe, en germen, el lado Yang. Una esperanza en la inmensidad de un mar de lágrimas.
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