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15/11/11

"Rescate Emotivo (No Pasa Res!)" en el Teatro del Pasillo

Emoción y ternura es lo que despierta Don Carlos Calostro Meconio; un entrañable personaje interpretado con mucha sensibilidad por el talentoso Walter Velázquez, quien de un modo creativo y original logra darle cuerpo y vida a este payaso octogenario que posee una extraordinaria capacidad para provocar diversas emociones en los espectadores, llevándolos a reflexionar acerca de algunas cuestiones que en la cotidianeidad se dan por verdades incuestionables.

La historia de Don Calostro es absolutamente conmovedora. Se trata de un payaso de 84 años. Su rostro está pintado de blanco, mientras que sus ojos, su boca y su enorme nariz son tan grises como los pocos pelos que asoman debajo del sombrero que oculta su parcial calvicie; sufre las dificultades motrices propias de un hombre de su edad; padece trastornos de la memoria (a los que se refiere como los efectos “del alemán” ); y le teme a los niños!. Vive en el geriátrico “Peras al Olmo”, del que se escapa cada viernes por la noche para hacer su show, en el que oficia de presentador, cantante de tangos y filósofo de la vida. Es que Don Carlos, durante su juventud, fue un genial cantante solista que brilló en Orquestas Típicas. Pero lógicamente, estas orquestas -que fueron tan pero tan famosas- ya no existen. Está claro que el tiempo ha pasado, y en su transcurrir tanto las orquestas como la mayoría de sus reconocidos intérpretes han ido desapareciendo; han ido abandonando este mundo.

Por eso Calostro es, de algún modo, un sobreviviente que lleva dentro de sí cierta desilusión, ciertas nefastas certezas después de haber vivido tanto. Y ése es el sentir que transmite cuando interpreta “Yira, Yira”: “(…) la indiferencia del mundo/ que es sordo y es mudo/ recién sentirás. (…) Verás que todo es mentira,/ verás que nada es amor.../ que al mundo nada le importa/ Yira...Yira…/ (…) Aunque te quiebre la vida,/ aunque te muerda un dolor,/ no esperes nunca una ayuda,/ ni una mano, ni un favor.../ (…) ¡Te acordarás de este otario/ que un día, cansado,/ se puso a ladrar!”

No sólo es acertada la elección de este magnífico tango de Discépolo, sino la manera en que Velázquez lo canta. Porque en su interpretación hay tanto sentimiento que es imposible no conmoverse, más allá incluso de todas las declaraciones desesperanzadas de su letra.

Don Carlos es sin duda un sobreviviente, que la mayor parte del tiempo permanece en silencio mientras comparte sus días con otros ancianos en el geriátrico. Pero su silencio desaparece cuando cada viernes pisa el escenario, y entonces renace. Y a través de su mirada crítica –mayormente sostenida en el humor, aunque en algunos momentos se torne triste e incluso a veces ácida- nos lleva a reflexionar ante tanta incoherencia reinante en el mundo actual.

Es cierto que con el paso de los años la vejez llega inexorablemente, y con ella también la soledad y los muchos interrogantes que obligan a realizar cierto repaso de lo vivido; pero en el caso del payaso Calostro no se trata de cierta incapacidad suya para comprender un mundo que ha cambiado. Al contrario, es a través de su mirada perteneciente a una época en donde todo era más simple y por medio de la comparación, en donde se revela que hay cuestiones que más que evolucionar han caído en un franco retroceso. Entre sus múltiples reflexiones aparecen como preocupaciones las guerras (con estadísticas escalofriantes), el hambre, la desnutrición infantil y la vejez. ¡Qué pavadas , ¿no?!

Además de los temas que se abordan, y el magistral despliegue interpretativo de Walter Velázquez –de reconocida trayectoria clownesca-, es para destacar la relación que el personaje establece con el público. En principio, Don Carlos se dirige a un auditorio, que en el contexto de la obra se halla integrado por el universo de los espectadores del show de los viernes de este payaso cantor. Pero luego, ocurre un hecho inesperado y por ello mismo sorprendente: Don Calostro baja del escenario para dirigirse a cada uno de los espectadores, para conocerlos, para escuchar sus voces, quiere saber sus nombres; incluso podría llegar a ofrecerles un pequeño bocado. Y este acercamiento, a mi criterio, resulta uno de los pasajes más interesantes de esta puesta, porque rompe la distancia habitualmente existente en todo espectáculo entre el que habla y los que pasivamente escuchan. A través de este acto Velázquez rompe las reglas, y con este gesto queda plasmado el planteo medular de la obra: darle voz a los que generalmente no la tienen, aquellos que permanecen en la penumbra y en silencio (los ancianos/ los espectadores). Este giro, esta propuesta, me pareció un verdadero hallazgo.

Y si bien a través de la interpretación del tango “Yira, Yira”, el payaso cantor parece sostener una postura apocalíptica con respecto al mundo, a la vida y al futuro, sin embargo, su actuación de cada viernes, en cierto modo nos revela que aún alberga cierta esperanza; tal vez imaginando que al pararse en el escenario podrá hacer que las nuevas generaciones sepan que los ancianos tienen mucho para ofrecer, enseñar y compartir.

¡Calostro está de vuelta! No se sabe hasta cuándo; probablemente hasta que lo encuentren.

Por eso, ¡hay que disfrutarlo!

Para Agendar:
Concepción, Dirección e Interpretación: Walter Velázquez
Auspiciado por "la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos”
Funciones: Viernes 2, 9 y 16 de diciembre - Sábado 17 de diciembre 21 horas
Teatro del Pasillo: Colombres 35 – Capital Federal
Localidades $30 (descuento estudiantes y jubilados $15)
Reservas: 011-49815167 – 011-44310028

María Jimena López: (Asistencia de dirección)
Ricardo Sica: (Iluminación)
Soledad Galarce- Melania Lenoir: Alfiler de Gancho-(Vestuario)
Luis Sticco: (Arreglos musicales)
Valeria Stilman: (Dibujos)
Exequiel Abreu: (Diseño gráfico)
Alejandro Palacios: (Fotografía)
Rodolfo Weisskirch y Lucía Kearney : Audiovisual
Andrea Feiguin: (Producción Ejecutiva)