La historia arranca a partir de un grito desesperado: “¡Yo no soy Isabel Perón!”; un grito que proviene de un escondite clandestino, y es proferido por una mujer maniatada y con los ojos vendados, que continúa gritando: “¡Les juro que yo no soy Isabel Perón!...”
Así comienza esta historia, tan trágica como desopilante, que desde el primer instante descoloca al espectador planteándole un gran interrogante: ¿será posible que se haya cometido semejante equívoco? ¿Y si no es Isabel Perón, quién es entonces la secuestrada?
Esta magnífica obra, escrita y dirigida por Daniel Dalmaroni, transcurre a mediados de la década del setenta, en cuyo contexto nos encontramos con Perón muerto, con María Estela Martínez “Isabelita” a cargo del gobierno, y con la “Triple A” haciendo estragos.
Los protagonistas son siete jóvenes peronistas que han sido expulsados de la agrupación Montoneros por ser excesivamente “fierreros”. Estos muchachos, cuya visión del mundo se sustenta en una profunda creencia en la revolución como fundamento para su accionar en la lucha armada, deciden secuestrar a “Isabelita” con el convencimiento de que con este hecho lograrán presionar a López Rega para que abandone el poder, y así evitar que se produzca el tan temido golpe militar. Pero, por diversas razones, finalmente las cosas parecen no salir según lo planeado.
En cuanto a la dramaturgia, es para destacar la elección del equívoco (el secuestro aparentemente erróneo) como eje articulador de la obra, ya que posibilita la construcción de la trama bajo la alternancia entre lo trágico y lo cómico, creando un acertadísimo ritmo dramático.
Y si bien el equívoco es el eje a partir del cual se estructura la obra -poniendo al descubierto todas las falencias de una organización extremadamente militarizada que operan en la clandestinidad-, también aparece de manera recurrente durante toda la pieza y desde distintos enfoques, cierta problematización del tema de la identidad: En un primer momento se plantea el interrogante acerca de la identidad de la secuestrada. Luego, reaparece este tema con relación a los militantes, quienes a lo largo de su trayectoria como activistas utilizan distintos “alias” en cada agrupación de la que formaron parte para preservar su identidad verdadera. A través de esta escena -que me resultó una de las más desopilantes de la puesta- queda perfectamente plasmada la crítica medular de la obra, ya que plantea la existencia de cierta operación de anulación del individuo (de su identidad) en función del colectivo (la causa, la fe ciega en la revolución). Y finalmente, en un tercer momento, la cuestión de la identidad llega al extremo cuando se problematiza la identidad del líder mismo; sí, del mismísimo Perón. Esta escena podría inscribirse dentro del absurdo total, porque a través de cierta elucubración que a todas luces resulta ridícula a los ojos del espectador, sin embargo resulta verosímil para estos militantes que desesperadamente necesitan reconstruir su historia herida de muerte, sin importar que para ello se valgan de una historia totalmente absurda; porque lo único que para ellos importa es poder explicar aquel hecho traumático e incomprensible que los dejó tan malheridos; y es por este camino que de algún modo podrían llegar a subsanar su desencanto para con el líder.
Y si bien el equívoco es el eje a partir del cual se estructura la obra -poniendo al descubierto todas las falencias de una organización extremadamente militarizada que operan en la clandestinidad-, también aparece de manera recurrente durante toda la pieza y desde distintos enfoques, cierta problematización del tema de la identidad: En un primer momento se plantea el interrogante acerca de la identidad de la secuestrada. Luego, reaparece este tema con relación a los militantes, quienes a lo largo de su trayectoria como activistas utilizan distintos “alias” en cada agrupación de la que formaron parte para preservar su identidad verdadera. A través de esta escena -que me resultó una de las más desopilantes de la puesta- queda perfectamente plasmada la crítica medular de la obra, ya que plantea la existencia de cierta operación de anulación del individuo (de su identidad) en función del colectivo (la causa, la fe ciega en la revolución). Y finalmente, en un tercer momento, la cuestión de la identidad llega al extremo cuando se problematiza la identidad del líder mismo; sí, del mismísimo Perón. Esta escena podría inscribirse dentro del absurdo total, porque a través de cierta elucubración que a todas luces resulta ridícula a los ojos del espectador, sin embargo resulta verosímil para estos militantes que desesperadamente necesitan reconstruir su historia herida de muerte, sin importar que para ello se valgan de una historia totalmente absurda; porque lo único que para ellos importa es poder explicar aquel hecho traumático e incomprensible que los dejó tan malheridos; y es por este camino que de algún modo podrían llegar a subsanar su desencanto para con el líder.
Con respecto a la puesta, me pareció muy interesante y hasta estratégico el lugar elegido para la misma; se trata de la Sala Teatro Abierto, que se halla en el subsuelo del Teatro del Pueblo. ¿Por qué estratégico? Porque este camino escaleras abajo genera la increíble sensación de adentrarse en un bunker, en un sitio clandestino. Esta sensación se refuerza cuando a lo largo del recorrido que se debe realizar para ingresar a la Sala uno se topa con bombas molotov sobre cajones con armamento. Y estas experiencias sumadas a la disposición semicircular del espacio de la escena, contribuyen a crear en el espectador la ilusión de ser un miembro más, aunque silencioso y pasivo, que contempla las múltiples asambleas que se llevan a cabo.
En cuanto a la escenografía, la misma es sencilla pero suficiente, ya que logra construir un contexto adecuado para el desarrollo de la acción dramática, confiriéndole verosimilitud a la trama, y funcionalidad al espacio de la representación. Resulta acertada la elección del vestuario, que conjuntamente con el maquillaje y los peinados, logran darles forma y vida a estos personajes que de pies a cabeza resultan absolutamente setentistas. También es correcta la utilización de la iluminación y del sonido, cumpliendo ambos elementos técnicos una función relevante a lo largo de toda la puesta, tanto en la creación de diversos climas como en el tratamiento y la construcción de distintas temporalidades.
Pero sin lugar a dudas esta obra puede desplegarse en toda su potencialidad, porque se sostiene en un trabajo actoral sólido, sin fisuras, increíble. La verdad -hay que decirlo- sorprende encontrar tanto talento junto interpretando una muy original propuesta dramatúrgica, que logra plantear una crítica lúcida sobre una generación de jóvenes militarizados cuyo accionar se ha sostenido en la adscripción a cierto lugar común, a cierta “fe revolucionaria” -cuasi religiosa, y por ello mismo, incuestionable- ; y que llevada al extremo pudo convertirse en un total delirio. En la puesta en escena, este planteo aparece claramente cuando se ve a los revolucionarios llevar a cabo rituales que no comprenden del todo, en los que se diluye la propia identidad personal y la voluntad, bajo un ideal que los excede y cuyo alcance no pueden precisar.
“El secuestro de Isabelita” es a mi criterio una obra fantástica, cuya trama se entreteje entre lo trágico y lo cómico, desplegando en su recorrido un lúcido planteo crítico, que nos invita a reflexionar acerca de lo peligroso de las posiciones extremas, en cuya lógica se halla siempre latente el germen de la irracionalidad.
No se pierdan “El secuestro…”; se las recomiendo como una joyita que late en la clandestinidad de la escena porteña.
No se pierdan “El secuestro…”; se las recomiendo como una joyita que late en la clandestinidad de la escena porteña.
Para agendar:
Funciones: sábados 22.30hs.
Teatro del Pueblo –SOMI – Sala Teatro Abierto
Av. Roque Sáenz Peña 943
Localidades: $50 (descuento estud. y jub. $25)
Reservas: 4326-3606
Dirección: Daniel Dalmaroni
Elenco: Mariano Bicain (Chuzo), Gabriel Kipen (Marcos), Ivana Averta (Susana), Gastón Courtade (Sergio), Daniela Nirenberg (Lía), Juan Mendoza Zélis (Ricardo), Daniela Zayas (Mónica) y Sonia Martínez (Isabel).
Producción ejecutiva: Leticia Hernando
Prensa y difusión: tehagolaprensa@sion.com
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